Anchoas y Tigretones

Archivar para el mes “julio, 2011”

Audaz

bang bang

Para Anabel  

 

Llegaba a casa con arena todavía en las sandalias y los bolsillos. Esta ciudad, al fin. Ya en el taxi desde el aeropuerto, acomodada entre maletas y mochilas, pensaba en ir, en volver, en las millas acumuladas para futuras escapadas. El orden dentro del equipaje antes de irse: camisetas dobladas, pantalones, algún vestido, un traje de baño. El caos esta mañana al salir del hotel y las risas al sentarse encima de la maleta para que cerrase. La maltrecha guía del país mediterráneo, las postales no enviadas, el dolor del azul en la retina, el sol en el pelo por la tarde, cuando es tan fácil aceptar promesas y reír otra vez por esos viejos chistes. El equipaje, sí. Se bajó del taxi y enfrentó el mundo. Decidió no darle ni media oportunidad a la nostalgia. Tampoco al conformismo. Ni al archivo que guardaba, en el escritorio de su portátil, la mezcla de vacío y distancia que llevaba un nombre. Recorrió, de memoria, esa poética de objetos impasibles contenidos en esos metros cuadrados tan caros que tenían un número y una letra, en una calle con un nombre que no quería decir nada y que enmarcaban el tiempo real en ruedas de semanas y meses. Miró de reojo su ventana, parada con sus bultos en el portal.También pensó, Tom Cruise mediante, que muchas veces es mejor no hacer literatura y decir simplemente "pero qué coño".  Guardó las llaves y llamó a otro taxi desde el móvil.Hay días en los que una se siente extrañamente audaz, trepidante y,como en algunas canciones, cowboy.

Idas, vueltas y regresos

"Paris, 1966" de Robert Doisneau

«Paris, 1966» de Robert Doisneau

 

Hay veranos que no son veranos reales. No solamente porque sean prolongaciones imposibles de otoños en momentos que no cuadran, a los que falta esa pieza mágica del Tetris para ser otra cosa. Para escribirlos con mezclas de salitre y tebeo, con helados de premio y cervezas tardías. No, hay veranos diferentes. En los que, por ejemplo, puedes pasear por una ciudad europea y sentirte, a partes iguales, viajera y turista. En los que, pese a la lluvia, piensas que es verdad que París no se acaba nunca. En los que pierdes una chaqueta en el cementerio de Pere Lachaise pero encuentras una amiga. En los que constatas que muchos encuentros casuales son para siempre, que otros se derriten como bombones de chocolate blanco al sol y otros, simplemente, pasan por delante de la ventana de una cafetería y salen de tu vida. Veranos en los que no haces muchas fotos porque querrías radiografiarte a ti, o a los demás, o a todos a la vez, e intentar entender si es que realmente te está pasando algo de lo que eres consciente o toda esa antología de momentos es, de verdad, un entorno sin usar. Como aquellos marcos de fotos que, cuando se compran o te los regalan, tienen recortes de revistas con parejas guapísimas o mujeres tan sensuales que hacen que te sientas tremendamente desaliñada, más de lo habitual, solo con verlas. Paseas, ríes, comes crepes deliciosas, te emocionas al toparte de frente con los nombres de unas calles, con los edificios, con los jardines.  Los reconoces como familiares de tanto que los has visto y soñado en los viejos libros de arte o de fotografías, te produce un poco de sonrojo a estas alturas de tu vida que sigan trastornándote así, al verlas de cerca, de piedra y sólidas, con el alma que tú les pones y que quizás no tengan. O tengan esa mezcla que será siempre onírica, siempre una construcción nuestra, siempre una posibilidad mayor de lo que realmente son.

Sería genial, a veces, dejarse ciertas emociones en el trastero y poder volver a por ellas de vez en cuando, abrirlas y respirar proustianamente, llenándonos de ese entusiasmo . Volver a sentir el descoloque previo a la partida, la preparación del viaje, la espera de un taxi, las tarjetas de embarque, llegar al hotel, ver todos los cacharritos que hay en el baño. Ser, de nuevo, una niña que prepara su primera acampada, su primera subida en avión, el fin de semana en casa de una amiga. Y que no asomen ciertas heridas de realidad que acaban por zumbar alrededor.

Hay viajes que deberían poder guardarse en un lugar diferente de la memoria. Ese en el que habitan, de algún modo, los salvavidas.

Hijos (3)

 Padre e hijo

Salgo del cine de ver, otra vez, una historia de padres e hijos. De incomunicaciones, de afectos tardíos, de silencios y compañías, de una vuelta  al hogar. Padres que finalizan un ciclo vital e inician otro, de cuenta atrás, de aprovechar al máximo y de ser coherentes, cruzando  líneas y abrazando la auténtica sexualidad escondida durante años. La necesidad de saber cómo es la pasión, el vivir cara a cara con la verdad. Y sentir cómo crece la admiración hacia ese padre que adopta, en gran medida, el rol revolucionario que asignamos, sin más, a los hijos. El hijo que lo observa,con una mezcla de sorpresa y orgullo, incapaz él de  enamorarse, o aterrado ante tal posibilidad, porque todo, absolutamente todo, ha terminado antes de empezar. 

A los hijos nos cuesta imaginarnos a nuestros padres en su faceta de amantes. Podemos ser poco pudorosos con nuestra vida sexual o amorosa, pero la de papá y mamá es terreno vedado, o minado, que pertenece a ese limbo de las cosas en las que no queremos pensar. Habrá quien no tenga esa sensación. Pero pienso que, en general, cubrimos con un velo extraño, de displicencia y dentera, todo lo que tiene que ver con su sexualidad o apetencias, hombres y mujeres al fin y al cabo (de los cuales somos consecuencia, by the way) con nuestra misma biología, con las hormonas revueltas a menudo, y con las mismas, mismas ganas, de llevarse al catre a según quién según el momento. Otra cosa es que lo hagas, claro está.  

Y tampoco, porque nadie puede, nos han prevenido o encallecido contra el desengaño, el desamor, la angustia de no querer sentir, el vacío o la incapacidad para enamorarse. Yo no sé si lo que sucede muchas veces es que tenemos una especie de cuaderno de campo de lo que debe ser el amor. Es posible. El amor, el enamoramiento, la pasión y lo televisivamente perfecto, donde no existe el prosaísmo de que se acabe el papel higiénico y donde nadie se deja la toalla mojada tirada en el suelo del baño. Creer en el romance inacabable o constatar que es una entelequia. Esa es la idea. Y me gusta, en esta película, la forma de mostrar cómo somos iguales, distintos, imposibles, incomprensibles y básicos, sencillos y complicados como seres humanos. "Esta era la vida en 1937, en 1950, en …". La misma materia biológica en hombres y mujeres. Los contextos y la piel del tiempo, tan dispares. Y, siempre, las mismas dudas, las mismas trabas, los mismos obstáculos a la felicidad. Y que encontrar a quien te haga temblar en una época, sonreir en todas y acurrucarte en otras,puede ser una lotería. Lo que es absurdo es dejarla escapar. O hacer todo lo posible porque no se quede.

Película: Beginners (Principiantes) Ewan McGregor & Christopher Plummer (no sé cúal de los dos me gusta más. Ewan está tremendo pero mi querencia por el señor Von Trapp viene de la infancia. Cada vez que me acuerdo de él cantando "Edelweiss, edelweiss" tengo instintos poco espirituales, vaya). Gran galería de secundarios, incluyendo a "Arthur" el perro de Oliver (Ewan Mcgregor).

Banda sonora: Hoagy Carmichael, Josephine Baker, Mammie Smith, entre otros. Pero este tema me atrapó

 

 

Analógico/digital (14): cuadernos de ortografía

Con la g.... 

Para Fran G. Lara, que dice que nunca escribo para él

Se enfrentó a la pantalla hecha un mar de dudas. No sobre si debía plasmar todo aquello que navegaba en su cabeza y darle así partida de nacimiento o guardarlo en la temblorosa carpeta del escritorio de su netbook etiquetada como "Posibilidades". Eso habría sido mucho más coherente, dado que todo era un esbozo que intentaba ahora, bajo el pulso de la tipografía Times New Roman, hacerse materia. Pero las dudas, por primera vez, no eran de usuaria avanzada ni tenían que ver con los modos y maneras de orientar el mensaje. Eran cuestiones básicas, primarias, atávicas, que deberían estar resueltas y volvían ahora a poblar esos segundos de tamborileo mental antes de decidirse a escribir. Cuestiones ortográficas. Y no eran del tipo  que se resuelven a golpe de DRAE, Google o Wikipedia. Era una cuestión, casi, de arquitectura . Quería saber las razones, los motivos, las consecuencias y el modo de hacerlo. Sabía lo que tenía que utilizar, pero no las correspondencias adecuadas. Y es dificil, a veces, cuando una pregunta "¿Por qué?", que te respondan de forma adecuada el "porque", el "porqué "y "por que" de las cosas. A veces es mejor no preguntar.

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