Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “junio 11, 2011”

Barra de labios

 Barras de labios que saben a verano

 Imagen tomada de decodog.com

Ya estaba aquí el verano. Vivía en un lugar en el que, sin transiciones de ningún tipo, el invierno hacía mutis por el foro rápidamente. Era un invierno, de todas formas, bastante cabrón. Mientras doblaba camisetas y  apartaba guantes y bufandas, se lo imaginaba como esas vedettes maduras que se niegan a envejecer y salen  al escenario a saludar de vez en cuando, aunque ya no las aplauda nadie, ávidas de protagonismo. Ese invierno se marchaba implacable, camino de otros hemisferios, a dar sus palizas de nieve y botas de agua. El verano llegaba al norte humilde y tímido,  con sus helados y terrazas nocturnas, con las casetas de feria y los globos escapados hacia el cielo. De siestas con baba colgando, tintos de verano y marcas de tirantes en la piel. Era verano.

Como todos los planes que se hacen con los ojos nublados, había hecho agenda en común y paralelo para comerse parte de Europa : dos billetes, dos maletas, dos mochilas, una cama, un nudo de dos cuerpos, pares, nones, par que asomaba y luego, finalmente, non. Y claro, los cambios de planes siempre desconciertan. Tampoco entendía en qué momento había perdido jugando a los dados, a los chinos, a la lotería salvaje y sarcástica que reparte el azar asqueroso cuando se trata de parejas.  Recordó de repente, al rellenar el neceser, que un día de invierno se había pintado los labios con una barra que le supo a verano. Si hubiese leído a Proust, ya tendríamos hecho el final de esta historia, y esta buena mujer estaría pingando el moco sobre el lavabo, pero qué va. Por fortuna era una indocumentada y lo único que recibió con semejante input fueron unas ganas tremendas de devorar el calendario, de patear por fin las calles berlinesas o parisinas, esas calles que en los sueños enamorados siempre tienen adoquines y están alumbradas por una farola coquetona. Y que él estuviese a su lado, claro. Para discutir, troncharse de risa, planear, enredarse en el ya mentado nudo, desenredarse y volver a empezar.  Y siguió, durante el resto del invierno, recordando el sabor del pintalabios, afrutado y fresco.

Ahora, mientras terminaba una maleta y una mochila, el sol de su mes de agosto entraba por la ventana. Y pensó que, quizás, no hay que pensar en el verano en invierno ni en el invierno en verano. Que hay barras de labios que están bien siempre, y otras que hay que guardar para momentos festivos. Que los planes se hacen cuando se tienen que hacer y no antes, porque corren el riesgo de llevarse por delante la propia agenda y el cuidado que hemos puesto en llevarlos a cabo.

Y guardó su barra de labios con sabor a verano en su maleta de verano de viajera inesperada. Por si acaso, claro.

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