Marcapáginas olvidados
Publicidad de corsets en 1912. Imagen tomada de Sense and sensibility patterns
A veces, por esos feisbuqueríos de Dios, por esos nudos de las redes o por esas madejas que no quieres deshacer, se encuentra una con cosas que le revuelven el alma. Sobre todo cuando asume que sí, que tiene un doppelgänger de verdad y que no es el malo, sino que la mala es ella y el otro es el bueno. He encontrado esta belleza que, como todas las beldades auténticas es totalmente inútil, imprescindible y, para mí, de altar y revisión diaria. ¿De qué va esto? Pues de un librero de viejo que, al recoger libros para revender, colecciona, observa y comenta lo que los antiguos poseedores dejan entre sus páginas. Qué hermoso y qué aterrador. Con lo desordenados y fetichistas que somos algunos, imagino una futura hagiografía realizada a partir de estos fragmentos: de las entradas de cine, de los recordatorios de Primera Comunión, de los billetes de metro o autobús, de esas listas de la compra que siempre olvidamos en casa antes de ir al super o bien, y como siempre claro, alguna hoja de agenda arrancada con prisa para anotar teléfonos o una dirección. Recibos del cajero (la de pasta que tenía, o no, en octubre de 1998, joer), una cuenta de la tintorería o de aquel restaurante en el que tú y yo nos pusimos morados. Sí, es verdad que ahora casi todos viajamos con Tomtom, que las primeras Comuniones son casi bodas y los recordatorios un recuerdo absurdo de otras primaveras de chocolate con churros y marco de plata. Pero sí que siguen apareciendo cosas que nos entristecen, conmueven y hacen reir. Recuerdo un hermoso relato de Agustín Fernández Mallo sobre un ticket del Mercadona que encontró en el suelo. Y cómo escribió una vida para aquella cajera cuyo nombre aparecía borroso al final, "le atendió Menganita". Quien sería y cómo sería. Si creyó, o no, que alguna vez iba a ser personaje.
Por qué alguien olvida o deja a propósito cosas dentro de un libro. Quizás es un guiño al futuro, una caja de recuerdos para enviar a la luna, una botella al océano, no lo sé. También un desprenderse de lo viejo para otorgar a otros la capacidad de fabular. Como quedarse mirando a un desconocido en un cruce de trenes, escribirle una vida, adivinarle un pasado, el porqué de ese rictus, forzar su felicidad o soledad. Pero, en este caso, al revés: ofrecer el quesito final del Trivial, la pieza perfecta del puzzle, el seis doble del parchís para que otros, en otros momentos, futuros o no, hagan suyos el invento del recuerdo, nos creen de nuevo y nos proporcionen un halo de romanticismo y misterio que es casi seguro que no tenemos. Créame y constrúyeme ahora que ya no nos vemos ni podremos, nunca, conocernos. Soy mejor en tu mente que en lo que realmente soy.
Y claro, yo no puedo dejar de pensar en todas esas cosas que yo he dejado no solo en libros, sino en páginas más graves, más importantes, que han quedado sin escribir o a medias. Aquel amigo con el que nunca volví a hablar no sé por qué, aquellas clases que abandoné por una mezcla de desidia, pereza y falta de ganas, todo lo que tuve que decirte, las tablas en el juego que hice antes de que movieses ficha. La rendición o el abandono. Algún día, no muy lejos, escribiré algunas de sus historias. Y espero y anhelo vivir las que no tuvieron su momento. Y recuperar, con alegría, mis marcapáginas.
Mañana imprimiré este post, lo doblaré primorosamente y lo depositaré en un libro grandote. Algún día tendré que acordarme de ti.
Te presté un libro de Historia y Crítica de LE y me lo devolviste subrayado y con tus notas. Al principio me daba casi pudor utilizarlo: estaba entrando en tus secretos.
Pasado el tiempo se convirtió en un recuerdo de ti y de tu peculiar forma de escribir. Gracias 🙂
@Jesús Pues me encantará «disolverme» entre las páginas de una biblioteca que no conozco…
@Yolanda: supongo que eso no me deja en muy buen lugar, ni como bibliotecaria ni como amiga. Espero que, por lo menos, las notas fuesen útiles 😉
El estudiante despistado olvidó un boleto de lotería primitiva en un libro de Física de autor ruso. El librero de viejo lo encontró años después. Movido por la curiosidad, consultó en internet, comprobando que había sido premiado con seis aciertos.
@xoan da cova: ¡madre mía! Eso sí que es jugar con la ley de Murphy y la de probabilidades a la vez 😉
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