Digitalismos e influencias
Está el mundo inmerso en esta desconcertante primavera del 2011, en este toma y daca convulso y desencantado, en un paisaje extraño que presagia tormentas mayores. Un paisaje muy a la Giorgione, con fogonazos de luces mentirosas, como un juego infantil de cacharritos y vestidos de muñeca a escala menor, reproducciones cínicas de un mundo que ni siquiera a nosotros nos gusta. Parece una fiesta de cumpleaños: algunos reparten alcaldías en lugar de Sugus, prometen comisiones en lugar de Gormittis de cinco de enero. Otros seguimos leyendo sueltos de periódico evitando ver cadáveres que son de mentira y asesinatos que son de verdad. Nos daría miedo encontrar una fotografía en la que reconozcamos un contexto, un lugar, un latido. Y sentirnos nosotros en alguna sonrisa lejana, desvaída en píxeles pero intensa, dando cuenta de un hallazgo científico o presentando nuestra novela, esa que siempre quisimos escribir. Esta última línea, que es un banal e incierto homenaje a Auster, me hace pensar en simetrías, en ese lugar ajeno pero que reconocemos como propio, en algunas creaciones. Incluso en las nuestras. Si es que existen, claro.
No estoy hablando de la fotocopia, ni tampoco del collage o los acólitos a escuelas que permiten el piercing (mañana hablo sobre el plagio en un periódico, eso sí, que he venido aquí a hablar de mis artículos). Hablo de ese íntimo regocijo, de esa "llegada a casa" que es suponer que, en algún momento, Michon sabía que yo lo leería, otro se sonreiría pensando en que yo reconocería esos remolinos y esos agujeros oscuros, algo mío. Ese devenir, ese devagar. Y también, claro, el resoplido y la frustración de saber que ya lo han dicho, que hemos llegado tarde y que, además, lo han hecho mejor. En ese desánimo, en ese desinflarse ante lo reconocido, pierden muchos autores el tiempo. Y la voluntad de alejarse, de perfilar una individualidad, les puede llevar a transitar selvas tan pobladas que devoran hasta galeones. Eso, desde luego, en el mejor de los casos. En otros, a veces peores, a abandonar el camino, expulsándose a sí mismos de un paraíso que solamente conocen por los anuncios por palabras. Harold Bloom habla de todo esto en The anxiety of influence (de esto y de mucho más, como casi siempre). Y yo creo que esa negación,ese tipex enarbolado por un intento de crear una voluntad de estilo unívoca, es a veces un esfuerzo baldío. No sé aún lo que dice Nicholas Carr al respecto, pero yo sí pienso que si la lectura en la era digital ha cambiado, también la literatura. Y la influencia. Y que aunque el medio cambie, nuestra memoria de lectores sigue absorbiendo e intentando lo que nos conmueve : desde un haiku a un microrrelato, adaptamos y adoptamos. Por medio de la transformación, de aquello que seleccionamos y creamos. Lo que ya hemos dicho tantas veces : un enorme palimpsesto. Con alguna que otra parcela propia.
Hay interesantes vueltas de tuerca. Y en la madeja textual de la red aparecen textos compartidos en Facebook, en enlaces a blogs, en notas, en retuiteos. Ojo, digo compartidos (inciso para recomendar la lectura del site sobre creative commons). Por eso una se sorprende cuando ve cosas suyas que no sabe cómo han llegado a según qué sitios. Y me siento como el que recoge una botella con un mensaje muchos años después, en un lugar distinto y siendo ya casi otro. Otro que, quizás y en una última pirueta, ha querido ser el que lanza la botella de nuevo. Que en esto de los cortas y pega, de verdad, nunca se sabe si fue antes el huevo o la gallina.
A min, o mundo gústame. Coas súas contradicións, con eses nenos que se poñen serios e firmes para recibiren o Nobel, con esoutros que xogan ao Monopoly e cren manexar vidas alleas. No fondo, a realidade está por encima, para que a comprendamos e nos comprendamos.
Bicos