Lectura, erudición (VI)

Él se había dejado el neceser abierto bajo las luces del cuarto de baño. Aunque ella sabía que no estaba bien hacerlo, echó un vistazo. Recorrió con los dedos un cepillo de dientes, una maquinilla de afeitar, la anatomía del cristal en una colonia sin anuncios y sin piel, el dentífrico sin beso y sonrisa. Y debajo de todo, un tanto escondido, palpó algo extraño y levemente familiar. Era el desencanto. Lo cogió con dos dedos y, con mucha rapidez, lo puso debajo del grifo abierto hasta que se disolvió. Agradeció vivir en un mundo en el que las amenazas podían irse por el sumidero.
Imagen tomada de http://7.monterreyfilmfestival.com
Decía alguien una vez que una mudanza, un cambio de residencia, de entorno, de lugar, es lo mismo que dos incendios. Tomar decisiones sobre lo que me llevo o lo que no, está sí,esta no,es relativamente sencillo para las absolutamente descerebradas como servidora, que se llevan hasta destornilladores para hacer senderismo. Otra cosa es aprovechar para hacer limpieza. Las montañas de papeles, de carpetas traspapeladas en archivadores, la ansiedad que nos produce el hecho de que ese pasado escrito y testimonial nos devore nos lleva a tomar decisiones precipitadas que, casi siempre, lamentamos. Quien, en un rapto de ira, no ha tirado a la basura algunas fotos que, realmente, no sé si valdrían millones ahora en una revistilla del hígado, pero que sí nos darían para algunas risas o terapia de grupo y autocrítica. O haber perdido, por ejemplo, y siguiendo la estela extremadamente práctica de mi madre, vestiditos de la Nancy, cacharritos de cocina de la infancia o regalado libros de las mellizas o de la inverosímil Puck y sus veleidades detectivescas. Con lo que valen ahora en ebay.Yo soy de las fetichistas y apegadas a ciertas cosas, aunque, reconozco que de vez en cuando me da el exotismo y me quedo con un hogar de lo más aséptico, digno de una revista de arquitectura con esas casas tristes que son sólo para enseñar. Aunque, confieso, el horror vacui se apodera pronto de mí. A cabesiña, que non para.
A mí me gustaría poder hacer de detective de mí misma y encontrarme al deshacer una casa con documentos insospechados que demuestren que soy, por ejemplo, la heredera nunca reconocida del rey de la gaseosa de Miami, una cosa como muy normal y cotidiana. Lo de tener que emprender acciones legales al respecto me da mucho sueño, pero que quieren, una hace de todo por la justicia. Y por la pasta. También me gustaría encontrarme escabrosos secretos familiares apoyados por una correspondencia subida de tono, con testimonios gráficos, entre, por ejemplo, un tío abuelo y una doncella que materializaron un amor fou.
Todas estas tonterías que escribo y que proceden de un mal gusto por el melodrama más rancio no tienen absolutamente nada que ver con lo que viene a continuación. Cuando hablaba de biografías incendiadas me refería a esos testimonios que aparecen y descubren que tu vida no es tu vida, que, en realidad, es otra. Que verte por primera vez ante el espejo, donde sigues siendo tú pero donde tus raíces se han removido, se convierte en una ceremonia dolorosa de encontar un pasado del que procedes. He visto la magnífica película canadiense Incendies. Dos hermanos reconstruyendo el último deseo y voluntad de la madre: encontrar a otro miembro de la familia hasta ese momento, para ellos, inexistente. Viajar en el tiempo a ese lugar del origen, que puede ser Líbano, que puede ser cualquier lugar del que nos han hablado y desconocemos, con un paisaje de muerte y guerra, de supervivencia y de desolación. En el que se todas las dinámicas se suspenden y la lógica de la represalia es la única que funciona. Y, como en el poema de Shelley, el velo pintado se alza y descubre, poco a poco, una tragedia que es, al final, una reconciliación. O no: puede que el dolor, el espanto y el miedo sean la consecuencia simplemente de un puzzle sórdido. Pero que es real y con el que deben estos hermanos vivir. Porque a veces, aunque bajemos muchas bolsas de basura al contenedor, aunque reciclemos todos los residuos, algún resto se queda a vivir. Para siempre. Como cenizas humeantes de un incendio.
Incendies (2010) Canadá. Dirigida por Denis Villeneuve. Con Lubna Azabal, Melissa Desormeaux-Poulin, Maxim Gaudette.
Hoy, en mi mirada hacia Japón, cuya cultura me fascina y pensando que debía escribir algo aquí, así, sin más, para que no me olviden y me corneen con otros bloqueros, iba a estampar el versito de John Donne y quedarme tan pancha. Sí, ese verso más conocido por ser la manoseada cita con la que Hemingway comienza For whom the bells toll y, en una pirueta seudosemiológica, más conocido también por la versión cinematográfica que presentaba a una Ingrid Bergman a lo garçon y a un Gary Cooper como siempre. Pero la poca vergüenza torera que hay en mí me lo impide y casi que me alegro. Porque la realidad es que la empatía, la solidaridad mental y los golpes de pecho se nos van un poco por el sumidero cuando nos levantamos en el intermedio de las noticias para ir a la nevera a por otra cerveza. Para olvidar que vemos la tele, posiblemente. O que nos conectamos mucho al internete.
Ya sabéis que siempre quise tener un doppelgänger. Y sigo queriendo tenerlo. Me lamento de no sentir esa fascinación unánime por una coreografía periodística a velo caído. Me subleva escuchar ciertos chistes de bar y a tele puesta sobre espantosas desgracias (el sábado no acabé en comisaría con un energúmeno de esos de codo invasor, modelo "estaca de bares" y ordinariez estridente porque me corté a tiempo). También me dejan absolutamente ojiplática la falta de civismo mental en los comentarios sobre seguridad nuclear, recuperación económica y éxodos masivos a lugares seguros. El hecho incontestable de que las grandes tragedias sin solucionar aplastan y ocultan tragedias paralelas también sin resolver. Por no hablar de Haití, del que me acuerdo todos los días al ver el chiste de Forges en El País. Ojalá que no, pero mucho me temo que tenemos la misma intensidad efímera que los ganadores de OT. No hablo de la importancia de todas esas realidades amenazadoras y acechantes como cuchillos reales. Hablo de la metabolización que hacemos de todo: cada vez somos más biomanánicos, engullimos, nos implicamos a muerte (a golpe de Tweet, de sms y otros aditamentos tan o más clínicos) y olvidamos. No quiero banalizar el esfuerzo y el interés: los apoyo y los apoyaré siempre. Pero me espanta pensar en las tergiversaciones, demagogias y chanchullismos que hacemos y haremos de las desgracias que hoy miran a Oriente. En el este estaban Bosnia y Chechenia. Pero eran un blind spot, un ángulo ciego. Estoy esperando a ver qué cadena de televisión empieza a programar para este fin de semana películas sobre desastres naturales, nucleares y toda la pesca. Que quizás sea mejor tenernos en casa acojonados. Ya lo decía Michael Moore hace tiempo. Aunque no temáis : Siempre podéis cambiar a "Cine de barrio".
De momento y si el "apocalipsis " (UE dixit) no se produce (Dios me oiga) la preocupación que sí nos deja dormir, que no nos quita el hambre, no será nuestra. Donne decía lo de la isla, pero yo creo que hay que ponerle un post it mental. Somos archipiélagos en permanente reinvidicación de independencia.