Anchoas y Tigretones

Archivar para el mes “marzo, 2011”

Lectura, erudición (VI)

 
 
 
Imagen tomada de thisismarilyn.com
 
"Lo que comprendí cuando era un muchacho en la escuela-y no era difícil verlo, nos lo machacaban-fue que los que se portan bien, los conformistas y sumisos eran, y lo serían luego en la vida, los mejor recompensados. Lo perturbador era no sólo que los menos brillantes bajasen, sino que los rebeldes, los alumnos "difíciles", casi siempre los más divertidos y vivaces, no sólo fracasaban, sino que no podían lograr aprobación. Supongo que me veía a mí mismo así. Por suerte existían los Beatles y los Rolling Stones, Descubri que mi mundo era el pop,que entonces era un refugio para los pocos no conformistas y creativos. Por esa época, mis amigos y yo empezamos a fumar marihuana y tomar LSD regularmente. Hasta entonces yo había sido, creo, como un montón de otros chicos, educativamente anoréxico. Nada penetraba: yo no lo permitía. Un día, alguien me dio Confesiones de un comedor de opio inglés  de De Quincey. De ahí pasé a Hunter S. Thompson y después ya nunca paré de leer. Los escritores malditos, Bukowski, Henry Miller, Anais Nin y luego Roth, Salinger, Kerouac-artistas que combinaban el placer con el arte-parecían tan autodestructivos como las estrellas del pop. Eran escritores que celebraban a los jóvenes salvajes, sufridores, desesperados. Y esto era tanto un retrato de cómo me sentía yo como de quién quería ser yo desde algunas regiones de mi ser. Empecé a aprender que la literatura no era algo respetable y que no pertenecía sólo a los profesores y a los sustentadores de la cultura."
 
                                     Hanif Kureishi Soñar y contar : reflexiones sobre escritura y política
                                     (trad. de Fernando González Corugedo)
                                     Anagrama, 2002 p. 290
 
                                           

Inventarios (2)

 

Él se había dejado el neceser abierto bajo las luces del cuarto de baño. Aunque ella sabía que no estaba bien hacerlo, echó un vistazo. Recorrió con los dedos un cepillo de dientes, una maquinilla de afeitar, la anatomía del cristal en una colonia sin anuncios y sin piel, el dentífrico sin beso y sonrisa. Y debajo de todo, un tanto escondido, palpó algo extraño y levemente familiar. Era el desencanto. Lo cogió con dos dedos y, con mucha rapidez, lo puso debajo del grifo abierto hasta que se disolvió. Agradeció vivir en un mundo en el que las amenazas podían irse por el sumidero. 

Las biografías incendiadas

 

 

Imagen tomada de http://7.monterreyfilmfestival.com

Decía alguien una vez que una mudanza, un cambio de residencia, de entorno, de lugar, es lo mismo que dos incendios. Tomar decisiones sobre lo que me llevo o lo que no, está sí,esta no,es relativamente sencillo para las absolutamente descerebradas como servidora, que se llevan hasta destornilladores para hacer senderismo. Otra cosa es aprovechar para hacer limpieza. Las montañas de papeles, de carpetas traspapeladas en archivadores, la ansiedad que nos produce el hecho de que ese pasado escrito y testimonial nos devore nos lleva a tomar decisiones precipitadas que, casi siempre, lamentamos. Quien, en un rapto de ira, no ha tirado a la basura algunas fotos que, realmente, no sé si valdrían millones ahora en una revistilla del hígado, pero que sí nos darían para algunas risas o terapia de grupo y autocrítica. O haber perdido, por ejemplo, y siguiendo la estela extremadamente práctica de mi madre, vestiditos de la Nancy, cacharritos de cocina de la infancia o regalado libros de las mellizas o de la inverosímil Puck y sus veleidades detectivescas.  Con lo que valen ahora en ebay.Yo soy de las fetichistas y apegadas a ciertas cosas, aunque, reconozco que de vez en cuando me da el exotismo y me quedo con un hogar de lo más aséptico, digno de una revista de arquitectura con esas casas tristes que son sólo para enseñar. Aunque, confieso, el horror vacui se apodera pronto de mí. A cabesiña, que non para.

A mí me gustaría poder hacer de detective de mí misma y encontrarme al deshacer una casa con documentos insospechados que demuestren que soy, por ejemplo, la heredera nunca reconocida del rey de la gaseosa de Miami, una cosa como muy normal y cotidiana. Lo de tener que emprender acciones legales al respecto me da mucho sueño, pero que quieren, una hace de todo por la justicia. Y por la pasta. También me gustaría encontrarme escabrosos secretos familiares apoyados por una correspondencia subida de tono, con testimonios  gráficos, entre, por ejemplo, un tío abuelo y una doncella que  materializaron un amor fou.

Todas estas tonterías que escribo y que proceden de un mal gusto por el melodrama más rancio no tienen absolutamente nada que ver con lo que viene a continuación. Cuando hablaba de biografías incendiadas me refería a esos testimonios que aparecen y  descubren que tu vida no es tu vida, que, en realidad, es otra.  Que verte por primera vez ante el espejo, donde sigues siendo tú pero donde tus raíces se han removido, se convierte en una ceremonia dolorosa de encontar un pasado del que procedes. He visto la magnífica película canadiense Incendies. Dos hermanos reconstruyendo el último deseo y voluntad de la madre: encontrar a otro miembro de la familia hasta ese momento, para ellos, inexistente. Viajar en el tiempo a ese lugar del origen, que puede ser Líbano, que puede ser cualquier lugar del que nos han hablado y desconocemos, con un paisaje de muerte y guerra, de supervivencia y de desolación. En el que se todas las dinámicas se suspenden y la lógica de la represalia es la única que funciona. Y, como en el poema de Shelley, el velo pintado  se alza y descubre, poco a poco, una tragedia que es, al final, una reconciliación. O no: puede que el dolor, el espanto y el miedo sean la consecuencia simplemente de un puzzle sórdido. Pero que  es real y con el que deben estos hermanos vivir. Porque a veces, aunque bajemos muchas bolsas de basura al contenedor, aunque reciclemos todos los residuos, algún resto se queda a vivir. Para siempre. Como cenizas humeantes de un incendio.

Incendies (2010) Canadá. Dirigida por Denis Villeneuve. Con Lubna Azabal, Melissa Desormeaux-Poulin, Maxim Gaudette.

 

 

 Ficha en IMDB

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Sol naciente

Hoy, en mi mirada hacia Japón, cuya cultura me fascina  y pensando que debía escribir algo aquí, así, sin más, para que no me olviden y me corneen con otros bloqueros, iba a estampar el versito de John Donne y quedarme tan pancha. Sí, ese verso más conocido por ser  la manoseada cita con la que Hemingway comienza For whom the bells toll y, en una pirueta seudosemiológica, más conocido también por la versión cinematográfica que presentaba a una Ingrid Bergman a lo garçon y a un Gary Cooper como siempre. Pero la poca vergüenza torera que hay en mí me lo impide y casi que me alegro. Porque la realidad es que la empatía, la solidaridad mental y los golpes de pecho se nos van un poco por el sumidero cuando nos levantamos en el intermedio de las noticias para ir a la nevera a por otra cerveza. Para olvidar que vemos la tele, posiblemente. O que nos conectamos mucho al internete.

Ya sabéis que siempre quise tener un doppelgänger. Y sigo queriendo tenerlo. Me lamento de  no sentir esa fascinación unánime por una coreografía periodística a velo caído. Me subleva escuchar ciertos chistes de bar y  a tele puesta sobre espantosas desgracias (el sábado no acabé en comisaría con un energúmeno de esos de codo invasor, modelo "estaca de bares" y ordinariez estridente porque me corté a tiempo). También me dejan absolutamente ojiplática la falta de civismo mental en los comentarios sobre seguridad nuclear, recuperación económica y éxodos masivos a lugares seguros. El hecho incontestable de que las grandes tragedias sin solucionar aplastan y ocultan  tragedias paralelas también sin resolver. Por no hablar de Haití, del que me acuerdo todos los días al ver el chiste de Forges en El País. Ojalá que no, pero mucho me temo que tenemos la misma intensidad efímera que los ganadores de OT. No hablo de la importancia de todas esas realidades amenazadoras y acechantes como cuchillos reales. Hablo de la metabolización que hacemos de todo: cada vez somos más biomanánicos, engullimos, nos implicamos a muerte (a golpe de Tweet, de sms y otros aditamentos tan o más clínicos) y olvidamos. No quiero banalizar el esfuerzo y el interés: los apoyo y los apoyaré siempre. Pero me espanta pensar en las tergiversaciones, demagogias y chanchullismos que hacemos y haremos de las desgracias que hoy miran a Oriente. En el este estaban  Bosnia y Chechenia. Pero eran un blind spot, un ángulo ciego. Estoy esperando a ver qué cadena de televisión empieza a programar para este fin de semana películas sobre desastres naturales, nucleares y toda la pesca. Que quizás sea mejor tenernos en casa acojonados. Ya lo decía Michael Moore hace tiempo. Aunque no temáis : Siempre podéis cambiar a "Cine de barrio".

De momento y si el "apocalipsis " (UE dixit) no se produce (Dios me oiga) la preocupación que sí nos deja dormir, que no nos quita el hambre, no será nuestra. Donne decía lo de la isla, pero yo creo que hay que ponerle un post it mental. Somos archipiélagos en permanente reinvidicación de independencia.

 

  

 

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