Charlatanerías
Imagen tomada de revelife.com
No sé cómo pudo pasárseme este artículo de Vila-Matas titulado "Entrevistas y charlatanes". No lo sé, porque, a pesar de lo que vamos a hablar aquí, tengo plena devoción por sus palimpsestos literarios. Como toda buena charlatana y pseudofilósofa de café, amén de socióloga aficionada, sustento que siempre hay que mantener un buen grado de impostura, de hecho esta afirmación es un buen ejemplo. Pero vamos a lo que vamos: en el artículo nos cuenta, nos reseña e ilustra, sobre un estudio de una universidad norteamericana acerca de las entrevistas que "The Paris review" realizaba a diferentes escritores y la influencia posterior que ese género, ese modelo, ha tenido en empresas posteriores de la misma índole.
El género cotilleo literario siempre ha dado grandes frutos y tiene innumerables seguidores. Saber si un escritor tiene horario y cúal es-la pregunta más repetida según el estudio-, saber si hay alguna manía personal (escuché alguna entrevista con un autor español que sólo escribe a mano con bolis de propaganda) o, incluso, como le pasó al propio VM, saber cómo se visten para la ocasión. Personalmente me importa un pimiento si Hemingway se vestía de lagarterana, si para escribir grandes párrafos y novelas se levantaban con las gallinas o si lo hacían después de ir a pilates. Me gustó siempre lo que decía Faulkner de ser gerente de un burdel como lugar idóneo para un escritor (tranquilidad de día, acción de noche), y recuerdo la perplejidad de Cela cuando le preguntaron si Pascual Duarte era autobiográfica. Otra cosa son las luces y sombras de las biografías o hagiografías literarias, que de todo hay, y una acaba enterándose de grescas matrimoniales y de impudicias un tanto ruines, que convierten la pretendida biografía en cuestión en una sesión de soft porno.¿O es que a estas alturas alguien no sabe el "gran sentido de la familia" (palabras textuales y propias) que tiene el flamante Nobel de Literatura?.
Volviendo a los hábitos de escritura, al contexto en el que se produce la creación literaria y sus aditamentos, a los estímulos y a las manías, lo interesante viene en la posibilidad de mentir y crear una impostura que se vaya modificando, que se amplíe, que anide y se extienda casi como un lugar común en el género de la entrevista. O para la performance personal. El rey era, y sigue siendo al menos para mí, Hunter S. Thompson que, según dicen, sembraba el salón de su casa de muñecas hinchables cuando iban a entrevistarlo, aunque todo en él ya era exceso. Decía Pessoa que el poeta era un fingidor, y creo que, para quien acaba de rematar una novela, el momento en el que le preguntan por cuestiones tan íntimas y tan ajenas a la obra en sí, propicia paradójicamente el acto más libre de toda creación, que es el de la mentira sustentada o la autobiografía ficticia. El del cuentista de toda la vida, vaya. A mí, que acudo a la lectura y a los textos prescidiendo de miradas felinas en la portada o que no hiperventilo con maduritos interesantes o con malditiños a medio cocer a los que les faltan unas cuantas ferveduras, la frase que más me gusta es la del gran Jean Echenoz cuando dice algo así que "un libro se escribe precisamente para no tener que hablar de él". Y siempre me acuerdo de mi adoradísima Esther Tusquets cuando en "Confesiones de una editora poco mentirosa" (atención al título) se refiere al papel que los agentes literarios, alguno en concreto, han tenido y tienen en la visibilidad o exposición excesiva a los medios de algunos escritores. Supongo que ahí está el quid de la cuestión: las entrevistas "literarias" ahora ya no son, salvo en algunos casos, un alarde de ingenio que nos alerte a jugar sobre dónde empieza la ficción de ese nuevo personaje, antes creador, o admirar la pericia de quien pregunta. Suelen ser escaparates de novedades, "yo he venido a hablar de mi libro "y poco más. Quizás no esté mal, pero me hace echar mucho de menos a Soler Serrano y, por ejemplo, aquella magnífica entrevista a Cortázar, sólo por citar una. Ahí se podía entrar en un laberinto y salir con un hambre de ficción, de recorrer el París de la Maga, de aprender a escuchar y a preguntar.
Y a lo mejor, los escritores de verdad escriben realmente para que no se hable de ellos. Y los que crean una ficción en torno a sí mismos, los que se convierten en personajes de folletín, escriban, simplemente, para que se hable de sus personas. O de sus siluetas, ficticias, nada más.
Todos los que escribimos tenemos un poco de fabuladores y un mucho de embusteros. Gran parte de nuestro deseo crear ficciones nace de la ambición secreta de vivir vidas paralelas, de inventar otras existencias más excitantes que nuestra prosaica cotidianeidad. Quien más quien menos crea un personaje público alrededor de la persona real que es, pero algunos disfrutamos más siendo cuentistas.
Querida princesa, creo que a programación neurolingüística deixa claro que, cando escribimos ou falamos, expoñemos a quen queira velo o máis íntimo de nós. Quen non queira coñecerse, que non escriba, escribín aquí algunha vez, e agora engado que nin fale, nin exista. Por moito que se empeñe o consciente, o inconsciente está aí, aínda que, para entendelo, o lector deba ir máis alá da literalidade, até os símbolos e as mensaxes ocultas. Até coñecerse a si mesmo, que me parece a cuestión do teu comentario: ninguén que se meta nun texto pode sinalar desde fóra o que sucede. Se o intenta, xa forma parte del.
Bicos