Doppelgänger (1)
Para el desdoblamiento no llega el disfraz. Tampoco la construcción de una identidad. Los personajes acaban pareciéndose unos a otros. Ser dos "y estar en cada uno de los dos por completo" es el sueño de la bilocación. Madame Bovary o Frankestein. El autor y sus voces. El actor y su papel. Pero a ella no le llega, ¿verdad? Se sobrecoge ante sí misma cuando descubre que desea observar en las antípodas de la cordura, en el límite de lo ordinario y biempensante, todo aquello que haría saciando lo primario. O dándole prerrogativas de justiciero. Hay días que quiere ser Towanda y darle pero bien al coche de delante tras un gesto machista de gillpollas. O tener un rayo vengador para quien dice que no, que no es digna de tener la confianza bancaria. Toma rayo para ti (Nota de la autora: esto es un guiño para los fans de Catherine Keener y Tom DiCillo) O desearle una buena patada a quien desde el despacho elimina la vida cotidiana (el cole, los cines, los bocatas, la tranquilidad, la siesta) de aquellos a los que ve subordinados, aprovechándose de un contexto social que, en nombre de una entelequia llamada crisis, propicia que cada vez se llenen más los bolsillos algunos a costa del gasto social de todos. Ella, insisto, quiere a veces desdoblarse. Está harta de gestos hoscos, de ser invisible ante los cotidianos, de quedarse con el "buenos días" congelado en la boca tantas veces como si monologase. De saber cómo hay remedio para mucho y las patentes languidecen, congeladas, en cajones bajo llave. O de ver también al sátrapa al que su país lleva haciendo la pelota muchos años campando por sus respetos y por los del derecho internacional. Y eso le jode. Porque muchas enfermedades morales tendrían cura. Aunque a ella no le curen el desamor, que eso aún no se ha inventado.
A veces piensa que quiere ser una Dexter domesticada. Y darle bien a tantas cosas. Como en el fondo es una romántica, se consuela, porque hay que reconocer que en este mundo no se consuela el que no quiere, pensando que un buen día sabrá de su gemela maldita, de su Doppelgänger, por los periódicos, internet, la tele. Que un fenómeno llamado bilocación pondrá orden donde ella ve desorden.En realidad, confiar en la existencia de "mi otra "con mando a distancia, sin pringue de ningún tipo, bondadosa en su crueldad ,es una ingenuidad como la copa de un pino. Aunque, revisitando el concepto gótico, sepa que su imagen y su figura, esa visión del espejo, no son más que un pálido reflejo de una realidad inventada que vive en otro lugar.Tan lejos y tan cerca de ella. La otra. Ya está buscándole nombre.