Memoria, memoir, aterrizar, volar…
Leo en El País un artículo sobre el auge del género de la "memoir", del recurso que utiliza la primera persona casi como una excusa, como un pretexto para ahondar en otras vidas, transeúntes en un principio, protagonistas al final. Desde Kureishi a a Richard Ford (hablábamos en las Anchoas de él hace unos días) el pretexto reconduce a narrar una historia que, a diferencia de la autobiografía, está cerrada, está vivida, ya es pasado. Echo de menos en la nómina que maneja Javier Rodríguez Marcos,exhaustiva y variada,al espléndido Vikram Seth y sus Dos vidas, aunque esta, ligeramente se aleje de este marco teórico que el crítico expone. De lo que sí habla este artículo, de ahí su especial interés para mí, es de utilizar el género para ese rendir cuentas con el pasado del que tanto sabemos los hijos, para expiar nuestra culpabilidad, para rendirnos y, quizás, para encontrarnos como propios personajes. Se menciona desde el inédito de Barthes sobre la madre a la lucha kafkiana por matar-comprender-contentar al padre.
Resulta especialmente interesante, en esta toma de posesión del yo para narrar, de refilón, la historia de otros, que se mencione a la novela gráfica al lado de la narrativa convencional. Gustos y calidades aparte, yo he recorrido la presencia y la ausencia de Irán en Persépolis, he reflexionado sobre la identidad sexual en el espléndido pastiche proustiano que es Fun Home de Alison Blechdel y he conocido sobre el ansia creativa, sus trabajos y dificultades en el convulso Japón de la posguerra en Una vida errante de Yoshihiro Tatsumi. Como la pesadilla reconciliadora y también muy proustiana del Barrio Lejano de Taniguchi. Narrativa plástica, poética de la imagen. Historias vistas.
He leído hace poco El arte de volar de Antonio Altarriba y Kim. Es, para mí, una sublimación de ese ejercicio-homenaje a la vida de otros y de la que el narrador es pura consecuencia. La figura de ese padre vencido tantas veces por la vida, superado por una historia, la del siglo XX español, aún siendo el eje central de sus "vuelos" y caídas hasta llegar al final que es, aquí, el principio;se funde con el abrazo literario del hijo que le escribe para comprenderlo. Para destacarlo. Para dignificar todos los aterrizajes forzosos a los que se vio sometido. Todo su dolor, ira y ternura. Sus ganas de volar. Y la consecución final de esa paz que el hijo nos relata cuando ya todo ha concluido, cuando lo único que queda son las preguntas que no se hicieron y los abrazos que no hemos dado. La compañía que no ofrecimos. Yo creo que el vuelo hermoso que levantan estas páginas crea más preguntas y ofrece más respuestas: la íntima convicción de que esta "memoir" gráfica sirve como manual de tránsito, como guía de aprendizaje para pilotar y cabalgar un tiempo que, de forma parcial,se comparte. Y creo que hay un padre que, por fin, descansa en paz no sólo porque le hayan entendido. Sino porque lo han intentado.
Creo que uno de los placeres -no el único- de la literatura es el reconocimiento, en sentido amplio. Y a partir de ahí, se derivan muchas cosas. Qué razón tienes en lo de «manual de tránsito». A veces lo importante es no pasar, simplemente, de largo. Un beso enorme
Para min, a escrita significa abrir espazos de consciencia, e precisa decisión para ir onde nos leve, aínda que quede fóra das nosas expectativas. Así, ten un valor de liberación, para quen escribe e para o lector.
Respecto da túa conclusión, creo que a cuestión, coma sempre, está na voz interior dese ‘padre’ no fillo e, por extensión, nas persoas ás que chega o reflexo deste. Móvense feridas propias, fóra dunha hipotética mágoa -creo que innecesaria- que xustifique a nosa conciencia.
Bicos