Hijos
Veo de refilón la reseña que Benjamín Prado escribe sobre Mi madre de Richard Ford. Y digo bien, de refilón,no porque no me guste leer reseñas antes de leer el libro (para nada: puedes fardar con una seguridad pasmosa sobre autores y títulos casi como los insignes filólogos directores de tesis de las que no han visto ni la primera página). En serio: Ford me gusta mucho, me alegro de que abandone el modelo novela tocho (a mí Pecados sin cuento, su colección de relatos, simplemente, me encantó), pero, por razones un tanto obvias, no estoy yo para situarme en ese momento. Ford reflexiona sobre el desgarro del hijo que sobrevive a quien le dio la vida, hecho naturalísimo por otro lado, lo terrible es lo contrario, y lo hace con ese peso dubitativo, de dolor que viene para quedarse, de eterna pregunta sin respuesta, de nubarrón grisáceo perenne: ¿Lo hice bien? ¿Fui un buen hijo? ¿Qué esperaría de mí? O la peor de las cuestiones: ¿qué pude haber hecho durante todo este tiempo para hacerle la vida más alegre? ¿Estuve realmente ahí?
Es difícil reflexionar sobre esto y no autoflagelarse. Los hijos únicos tenemos esta tendencia a pensar que nunca seremos lo suficientemente perfectos dado que somos la última prolongación de nuestros padres. Que somos nosotros y nada más, que no podemos decepcionar. Y fracasar, discutir y desencontrarses es parte de la esencia del ser humano. Mejor dicho, de la evolución, del crecimiento, de llegar a ser nosotros, individuos, nada más. Y seguro que vamos a recordar todas aquellas discusiones por horarios, por estudiar tal o cual cosa, por rebeldía adolescente y porque no nos entendían, porque eso es cierto, no nos entendían. Y los chantajes emocionales. Y las comparaciones con la prima Menganita o con la perfecta hija de Citanita. Y cosas mucho peores. Voces agrias, portazos y llantos. Porque todo eso estuvo ahi y nadie lo podrá mover del recuerdo.
Ojalá que tenga que tardar mucho en hacer esa reflexión (ya me como bastante la cabeza con esas cosas a menudo, eso sí). Pero una amiga acaba de perder a su madre. Y espero y confío que el dolor sea por la pérdida real, no por todo aquello que no pudo ser en su momento, lo que quedó como posibilidad y no llegó, todo eso no va a volver, porque ni siquiera estuvo. Y lo que ni es recuerdo no puede ser visualizado como objeto de tortura. Lo que sí fue de verdad, y es de verdad, es su madre, dondequiera que esté.
No sé si el tiempo acaba también haciéndonos situar los recuerdos, las dudas, las autoflagelaciones en el lugar que le corresponden, porque tienes razón: no pueden desaparecer -lamentablemente-. Espero que sí. Espero tardar también mucho en hacer esa reflexión, y me pregunto, en cualquier caso, si llegaré a estar preparado alguna vez para hacerla de verdad. Me ha encantado el texto. Y me ha hecho también plantearme esta mañana nuevas cosas, nuevas perspectivas. Y tienes toda la razón: Ford es un crack 🙂 Muchísimos besos
As lembranzas movémolas cando movemos a nosa perspectiva sobre elas. Para min, o problema consiste en que queremos saír das experiencias da vida pola mesma porta pola que entramos.
Bicos
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