Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “enero 26, 2010”

Educación, brechas digitales, clases….

Cuadernillo RubioSoy una docente nata. Me gusta mucho enseñar. Me gusta tanto que no lo he elegido como profesión porque temo quemarme. Porque no soy capaz de conservar mi energía, mi ánimo y mis afanes de reciclaje como banda sonora de toda mi  vida. ¿Cómo consigo matar mi gusanillo? Con mis niños Erasmus, a los que paseo en miniviajes de cuatro meses por los subjuntivos y los pluscuamperfectos. Con los que descubro el estado real de la educación en Europa y cruzo los dedos ante la "salsa boloñesa" para que a mis coetáneos no les coman las papas estas criaturas vitales, enérgicas y constantes. Para que haya para todos. Soy también la eterna alumna. Ya paso de masters y grados, que me dan igual. Sigo sintiendo una gran emoción al sentarme al pupitre. O al ponerme un pantalón viejo para un curso de cabaret o commedia dell’arte, o al asumir la pijada de un curso de cata de vinos. O de italiano, inglés, francés. Abrir la ventana a otros mundos, los que tienen una sintaxis propia, es para mí una razón más que plausible para, una vez que comienzo, desear seguir explorando.

Yo me eduqué-bueno, es un decir- por fortuna, en una sociedad en la que la educación era un valor. Un valor personal y social. Donde los profes, maestros, docentes y sinónimos eran conductores y guías por mares magníficos. Independientemente de su valía tanto académica como personal, el profesor, a veces un tanto alejado, otras más cercano, era respetado. Como persona y como parte de un entramado, el educativo, el escolar, que ya de por sí, por definición, era incuestionable. Estudiábamos para aprender. Por no hablar del triunfo que suponía para muchos padres el que sus hijos llegásemos a la universidad.

No temáis, no voy a daros la chapa con discursos de abuela cebolleta sobre lo magníficos que éramos nosotros y lo malos malosos que son los chicos de ahora. Quizás ese análisis a mí no me compete. Pero os recomiendo que veáis la película "Precious" sobre la voluntad integradora de la educación. Como arma contra el desprecio y contra la miseria, como bastión  de invidualidad y de identidad.  Como modo para aprender a respetarse, a quererse y a otorgarse todas las oportunidades posibles. Y también me gustaria poder reflexionar sobre un artículo de David Alandete  que sale hoy en "El País" sobre los nuevos analfabetismos: la brecha digital que amenaza con excluir a todos los que no tienen acceso a internet (zonas rurales o marginadas) o no han podido subirse al tren de la era digital (personas mayores) y que podrían beneficiarse mucho tanto de la facilidad de hacer gestiones a golpe de click como del caudal de información y entretenimiento de la red. Y solventar ese desnivel, esa desigualdad, es labor educativa. Y social. Y de justicia. Porque la educación debe de ser justa. Y no caritativa.

(Trailer de Precious subtitulado en español. Tiene spoilers 😦

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