Cuando tu abuela te manda una solicitud de amistad
Por medio de este zapping internetero que, como diría Felipe el de Mafalda "me tiene los nervios a la miseria", leo a la genial Noemí Gómez Pereda que, a su vez lee a Nacho de la Fuente, que, nos alerta sobre la posible muerte de Facebook. No, no quiere decir esto que nos hayan cancelado a todos las cuentas de la red social por malas malísimas personas-todo se andará-sino que, como siempre y en lo tocante a las redes sociales,ya hay quien cree que no está lejos el final de todo esto. Es verdad que de éxito se puede morir. Y el final, por saturación, por hiperdemocracia, está-parece ser-el día que enciendes tu ordenador y al conectarte a Facebook ¡oh sorpresa!, tienes una solicitud de amistad de tu abuela. Supongo que el planchazo es similar al que supone que un adolescente encuentre a sus padres tomando una copa en el sitio de moda (o haciendo botellón, que a una ya no le sorpende nada).
Yo ya he hablado de mis conexiones feisbuqueras y tuiteras, de la gente con la que me relaciono de forma virtual y a los que, muchos, no conozco en vida "analógica". No tengo ni idea de cómo sería mi relación con muchos de ellos si conviviésemos laboralmente, por ejemplo, o si hubiésemos trabado amistad en formas más convencionales. Yo creo que sería la misma, pero no lo sé. Hablaba esta mañana con alguien sobre las máscaras o los personajes que nos permite el mundo virtual. Para muchos puede suponer una sublimación de "ser lo que yo quiero" (servidora se puso de avatar a Anita Ekberg, chúpate esa mandarina), puede ser también una trinchera y, por desgracia, un refugio de francotiradores. He asistido-si se puede decir así-a desencuentros "virtuales" que han tenido repercusiones en la cotidianidad, ya que, de la misma forma que se establecen alianzas y anexiones, empatías y chascarrillos, hay silencios clamorosos y desdenes impertinentes. Y broncas importantes. Y sensibilizaciones a nivel mundial. Y risas. Y cosas que no te gustan. Y otras que te hacen pensar. Pero es tan sencillo como no implicarse en lo que uno no quiere. Aunque tenga ese punto de bordería que puedan achacarte : he aceptado solicitudes de amistad por pura intuición y desestimo otras de personas con las que he podido tener relación antes, pero con la que no me interesa el "pelillos a la mar". O no me interesa o prefiero mantener mi virtualidad intacta (esto ha quedado muy María Goretti). Si yo no les enseñaría a algunos de mis excompañeros de cole con los que nunca tuve relación mis fotos o mis inquietudes cabaretiles, pongo por caso ¿por qué he de hacerlo en Facebook? ¿por qué tengo que hacerme, para "quedar bien y ser maja" de grupos que no me interesan o de los que dudo mucho si querrían contar conmigo?. Facebook,a veces, es como el juego de las chapas o los tazos: tanto tienes, tanto vales. Insisto: creo, como en el artículo que leyeron Noemí y Nacho, que en un primer momento, digamos que todo valía. Y que, con el tiempo, todos nos hemos vuelto más selectivos , para bien y para mal. ¿Y no es esto una extrapolación de la vida real?
París puede ser una fiesta cuando te relacionas en la virtualidad. Pero puede dejar de serlo cuando aparece el prosaismo de un mensaje que diga "acuérdate de sacar el pollo de la nevera"o, si tu abuela finalmente es aceptada por ti, que tus páginas favoritas o las chorradas de las que te haces fan y que te hacen recuperar tu mejor infantilismo sean tema de conversación de la familiar comida del domingo. A mí no me apetece nada imaginármelo. A pesar de los muchos paralelismos que pueda establecer entre mi vida virtual y mi vida analógica, creo que prefiero quedarme con lo mejor de los dos mundos. O dicho de otro modo y como mencioné antes: mi virtualidad intacta. Esa virtualidad de vestal que tan buenos ratos me proporciona.
(Gracias a Noemi por prestarme el título y por currárselo todo tanto y a Nacho por ofrecernos siempre tantos motivos de reflexión en su blog)