Cuento de Navidad
Para Carlos Portela, que siempre me regala historias
Interior día. Habitación de hotel.
Una mujer con uniforme de doncella termina de hacer una cama. Recoge las toallas del cuarto de baño, las carga en un carrito con ropa sucia y con los bártulos de limpieza. Se para de repente y sonríe. Palpa un sobre en el bolsillo de su delantal de cuadritos. Se sienta en una esquinita de la cama recién hecha y recuerda. No le dio vergüenza tomar ese dinero. Había sido la primera vez, en mucho tiempo, que un cliente del hotel se dirigía a ella y le preguntaba su nombre. Sin otras intenciones que saber cómo era la vida de una mujer que duplicaba y triplicaba turnos. Al hombre le había llamado la atención, en medio de la vorágine del congreso por el que había viajado a la capital, que, en horarios muy dispares, la encontrase siempre por los pasillos, con su carrito, con sus bandejas, con sus armas de trabajo, en fin. La historia no era muy diferente de otras historias. Se acercaba la Navidad y había un niño-muy pequeño todavía según pudo el hombre ver en la foto que su orgullosa madre llevaba siempre encima-que deseaba un único juguete. Un muñeco de Spiderman, fantástico, arrogante en sus rojos y azules. El precio del muñeco era ridículo. Ridículo en la esquina del mundo en la que el hombre vivía. Desorbitado en esa otra esquina donde vivía la mujer. El hombre no pudo contener una expresión de sorpresa cuando ella le confesó el motivo de sus jornadas laborales tan extremas, tan largas, tan duras. Un muñeco de Spiderman.
Exterior noche. Avenida de una gran ciudad latinoamericana.
Un hombre camina en dirección a un hotel. Tras una intensa jornada de trabajo desea llegar a su habitación, darse una ducha y descansar. Quizás ver una película por cable, de esas que nos hacen reir con sus doblajes tan sesenteros. O quizás hablar por teléfono con su familia, para decir que todo ha ido bien, que vuelve pronto a casa y que les lleva muchas sorpresas envueltas en papeles brillantes. Piensa también en un sobre que dejó en recepción. Le preocupa que la destinataria del dinero no lo haya recibido. Cavilando sobre estas cosas, posa su mirada distraída en un escaparate. Es una juguetería. Tras el cristal, las Barbies zorronas, los trenes de coleccionista, los mal llamados juguetes didácticos-¿alguien ha sido capaz alguna vez de jugar con los esqueletos a los que hay que rellenar de músculos y órganos de plástico para saber si quieres ser médico?-detiene su sorprendida mirada en un muñeco de Spiderman. Un muñeco que valía unos dos o tres billetes más que los que él había introducido en un sobre con destino a un sueño infantil. Un sueño que tenía un precio sensiblemente superior a lo que su madre creía. Un poquito más, para esta esquina del mundo, que lo que aquel hombre había destinado a su particular qué bello es vivir. Un mucho más, para aquel lugar del mundo.
Y aquí vienen varios finales posibles. El hombre puede comprar el juguete y llevarlo al hotel. También puede rellenar otro sobre con la diferencia para cumplir el sueño. Puede también no hacer nada.
Y a la hora de la verdad…¿no son estos tres finales los que adoptamos la mayoría? No es excusa que nos separen océanos o lenguas. No son excusa nuestros errores de cálculo. El hombre del cuento miró a su alrededor y vio lo que nadie veía. ¿Capitalismo compasivo? Es posible. Pero como decía alguien a quien admiro mucho y que fundó Amnistía Internacional: "Siempre vale más encender una vela que maldecir la oscuridad". Mi deseo para esta Navidad es aprender a mirar a los ojos de todos y ver sus necesidades, por lejanas o ridículas que me resulten.
Y colorín, colorado…….
Es navidad, y por tanto el señor de traje y corbata comprará un spiderman y lo dejará en el hotel. Este tipo de cuentos siempre acaban bien, o deberían acabar bien. El niño con su muñeco, la madre contenta y el ricachón también, porque sabe que hay vida más allá de sus congresos.
Feliz navidad.
PD: En los cuentos no hay que hacer colas en las jugueterías ni problemas añadidos de esta índole.
Estoy de acuerdo con Nandi, mejor compra el Spiderman para el niño y todos felices a comer turrón.
Paul Newman y yo te deseamos una feliz Navidad 😛
De hecho, lo compró. Y estuvo buscando a la camarista por todo el hotel ante el estupor del resto de sus compañeras.
La madre no pudo comprar el muñeco de Spiderman pero, en su lugar, le compró un estupendo y coloreado libro con las mejores aventuras de ese personaje de comic. El niño se familiarizó así con el hábito de la lectura. Leyendo libros aprendió a ser indiferente a los iconos de la sociedad de consumo, como los superhéroes, y aprendió a admirar a héroes de carne y hueso, como el fundador de Amnistia International.
Colorín, y punto y seguido. Espero más historias tuyas tras estas fiestas.
Aprovecho, por el método tradicional del blog, para felicitarte las fiestas. Y que el año que viene, ¡escribas muchas historias más!
Me gusta más el final de los cuentos alemanes: «Und wenn sie nicht gestorben sind, denn lieben sie noch heute», «Y, si no murieron, entonces todavía viven hoy». 🙂