Anchoas y Tigretones

Archivar para el mes “diciembre, 2009”

Un cadáver exquisito para el 2009 (Receta para no triunfar en el 2010)

Un beso para terminar el año

Hace un año, la Princesa Sigrid escribió sobre todo lo que no iba a hacer en el 2009. También sobre lo que deseaba que sucediese. Como esta pobre mujer tiene tanta intuición para las predicciones como la  bruja Lola-pena de dos velas negras para alguno que yo me sé-y no puede permitirse dejar de ser ella misma prefiere contar en primera persona parte de lo sucedido a modo de cadáver exquisito:

Se levanta el telón con  un obradoiro de cabaret. Y llovía : hubo un tejado que salió volando y Luis Cao detrás para arreglarlo. Filloas y orejas en Carnaval, cumpleaños con tapitas en la calle de la Barrera.   Rebeca en los jardines de Kensington y una edición muy rota de "Alice in Wonderland". Cursos online, trabajo, autobús diario para ir a trabajar. Keane bajo las estrellas. Yann Tiersen dándonos la espalda. Comidas a medio camino entre Santiago y Coruña con antiguos compañeros de trabajo. Risas, muchas risas. Amigos nuevos. Facebook. Amigos virtuales. Té verde en Marraquesh, zumos de naranja y color azul. Nelson, Diego, María Manero y servidora buscando un bar abierto en Santiago a las 4 de la mañana. Amigos virtuales que se hacen reales. Cervezas en agosto frente al Mediterráneo. Virginia y Violeta en la piscina.  Unas líneas que se hacen voz y ojos. Blogueros, muchos blogueros. Cuadernos para la colección. La Ribeira Sacra y un adiós inesperado. Algunas lágrimas. Alguien que deja miguitas en el camino que tú vas a pisar. Hablar por teléfono. Regalos. Discusiones. Olvidos. Reencuentros. Un café en Porto.Trabajo online. Un notebook rojo cereza. Más cabaret. Teatro Rosalía de Castro. Cursos con Erasmus. Lars von Trier y Murakami. La foto que le hago a mi padre el día de Navidad en los Cantones. El sombrero que me regalas y el espacio que no tengo. El esbozo de un guión y un proyecto. Un abrazo que sigue siendo el último. La leche que me metí saliendo del Baobab. Las Perseidas. El sofá y la mantita. Cocinar para tragaldabas. Y tus ojos, aquí y ahora.

Y todo lo visible y lo invisible, lo que voló alrededor de un calendario, ya es parte del pasado y del presente infinito. Y me temo que seguiré fumando, escribiendo, perdiendo energía inútilmente, enfadándome conmigo misma y reconciliándome después. Abriendo los ojos como platos y durmiéndome en tu hombro. Un año no son más que 365 días en los que queremos que la felicidad nos roce. Yo, ahora mismo, lo que compruebo es que los años no me hacen más sabia, pero sí mucho  más resistente. Y, claro, eso es un proyecto para siempre. Feliz 2010.

 

 

Cuento de Navidad

Navidad, Navidad

 

Para Carlos Portela, que siempre me regala historias

 

Interior día. Habitación de hotel.

Una mujer con uniforme de doncella termina de hacer una cama. Recoge las toallas del cuarto de baño, las carga en un carrito con ropa sucia y con los bártulos de limpieza. Se para de repente y sonríe. Palpa un sobre en el bolsillo de su delantal de cuadritos. Se sienta en una esquinita de la cama recién hecha y recuerda. No le dio vergüenza tomar ese dinero. Había sido la primera vez, en mucho tiempo, que un cliente del hotel se dirigía a ella y le preguntaba su nombre. Sin otras intenciones que saber cómo era la vida de una mujer que duplicaba y triplicaba turnos. Al hombre le había llamado la atención, en medio de la vorágine del congreso por el que había viajado a la capital, que, en horarios muy dispares, la encontrase siempre por los pasillos, con su carrito, con sus bandejas, con sus armas de trabajo, en fin. La historia no era muy diferente de otras historias. Se acercaba la Navidad y había un niño-muy pequeño todavía según pudo el hombre ver en la foto que su orgullosa madre llevaba siempre encima-que deseaba un único juguete. Un muñeco de Spiderman, fantástico, arrogante en sus rojos y azules. El precio del muñeco era ridículo. Ridículo en la esquina del mundo en la que el hombre vivía. Desorbitado en esa otra esquina donde vivía la mujer. El hombre no pudo contener una expresión de sorpresa cuando ella le confesó el motivo de sus jornadas laborales tan extremas, tan largas, tan duras. Un muñeco de Spiderman.

Exterior noche. Avenida de una gran ciudad latinoamericana. 

Un hombre camina en dirección a un hotel. Tras una intensa jornada de trabajo desea llegar a su habitación, darse una ducha y descansar. Quizás ver una película por cable, de esas que nos hacen reir con sus doblajes tan sesenteros. O quizás hablar por teléfono con su familia, para decir que todo ha ido bien, que vuelve pronto a casa y que les lleva muchas sorpresas envueltas en papeles brillantes. Piensa también en un sobre que dejó en recepción. Le preocupa que la destinataria del dinero no lo haya recibido. Cavilando sobre estas cosas, posa su mirada distraída en un escaparate. Es una juguetería. Tras el cristal, las Barbies zorronas, los trenes de coleccionista, los mal llamados juguetes didácticos-¿alguien ha sido capaz alguna vez de jugar con los esqueletos a los que hay que rellenar de músculos y órganos de plástico para saber si quieres ser médico?-detiene su sorprendida mirada en un muñeco de Spiderman. Un muñeco que valía unos dos o tres billetes más que los que él había introducido en un sobre con destino a un sueño infantil. Un sueño que tenía un precio sensiblemente superior a lo que su madre creía. Un poquito más, para esta esquina del mundo, que lo que aquel hombre había destinado a su particular qué bello es vivir. Un mucho más, para aquel lugar del mundo.

Y aquí vienen varios finales posibles. El hombre puede comprar el juguete y llevarlo al hotel. También puede rellenar otro sobre con la diferencia para cumplir el sueño. Puede también no hacer nada.

Y a la hora de la verdad…¿no son estos tres finales los que adoptamos la mayoría? No es excusa que nos separen océanos o lenguas. No son excusa nuestros errores de cálculo. El hombre del cuento miró a su alrededor y vio lo que nadie veía. ¿Capitalismo compasivo? Es posible. Pero como decía alguien a quien admiro mucho y que fundó Amnistía Internacional: "Siempre vale más encender una vela que maldecir la oscuridad". Mi deseo para esta Navidad es aprender a mirar a los ojos de todos y ver sus necesidades, por lejanas o ridículas que me resulten.

Y colorín, colorado…….

En un cuaderno Moleskine (3)

Fantasma y la señora Muir

Más hojas arrancadas y que transcribo al Moleskine:

"Hoy abro el cuaderno casi por la mitad, el frío hace que me duelan los dedos y las memorias, que las nostalgias se  me queden heladas y tengan que funcionar a base de generadores de emergencia. No tengo ni ganas de acariciar tus fotos, de machacarme las ganas de ti recorriendo tu silueta apagada en blanco y negro. No. Si todo fuese tan sencillo como cerrar un álbum y precintarlo…pero en cuanto respiro hondo y procedo, me da la risa, con esas carcajadas que intentábamos evitar en misa de pequeños y que acababan saliendo a borbotones, para regocijo de hermanos y primos y cabreo de madres y padres. Y me da la risa porque es inevitable que estas líneas tengan tu timbre de voz, tus ojos que se te quedan muy pequeñitos y como una rayita cuando ríes con ganas, el tacto de tus manos y tu sombra en mí. Además, aunque cierre el cuaderno, sigues ahí enfrente, revolviendo el café con parsimonia y cucharilla,  suena  en el aire tu constante pregunta de "¿estás bien?", siento el breve crujido de un lápiz sobre una servilleta de papel en los dibujos que hacías: pájaros, la tabla del nueve, el significado de un nombre en otra lengua. Sigues ahí: quiero apartarte pero no puedo. Y tú a mí tampoco. Como la señora Muir, he decidido habitar en una casa que ya está habitada por alguien que casi nunca está, pero que está siempre conmigo. Y ese espíritu socarrón, cómplice, amante y compañero, travieso y solemne, a veces hace que suene el teléfono y otras que se ponga a funcionar sola la lavadora.Y me acuna por las noches con mucha dulzura.

Ya hubo antes que yo quien dijo que era mucho más difícil matar a un fantasma que a una realidad. (…)"

(Nota de la transcriptora: Realmente a esta mujer le faltan unos cuantos hervores).

Sobre un erizo y un piel roja

Paloma y Rennee

En los viajes en autobús, en tren, en avión, en las cafeterías o en las consultas de los médicos, activo siempre mi cuaderno de notas mental. Veo abrigos de paño, paraguas con varillas rotas, zapatos sin lustrar, pijeríos desarraigados-oh, el dirty chic-y ceños fruncidos. Algunos resoplan, otras miradas se han quedado muy atrás-en el examen de ayer, en la noticia de esta mañana, en la promesa de nunca-y revolotean sobre el gotelet, golpetean la tarjeta del bus,se acomodan sobre la rejilla del portaequipajes. Short cuts, entran en tu campo visual, en el instante que compartes y salen de tu vida para siempre camino de sus rutinas, despedidas, bienvenidas y fracasos. Para no volver.

Yo escribo sobre estas cosas: ni siquiera sé si es sobre lo que quiero escribir al empezar.  O por lo que me da la gana de contar. Leía el gran articulo de Perdomo sobre Kafka y el deseo de ser piel roja: Escribes porque quieres, a veces por saciar un instinto voraz de contar, sin saber si serás leído, con vergüenza y timidez, con chulería y descaro, con prepotencia y humildad. Para muchos es un exhibicionismo autocomplaciente. Puede ser. A lo mejor a mí lo que me pone de todo esto, es pensar que me leen atractivos desconocidos. No tengo ni idea. Pero el blog, como me dijo una vez Catuxa, no es sólo el mejor psicólogo, es también el diario adolescente reconvertido es testimonio, es dar rienda suelta a ese yo puñetero, pueril y a la vez sensato de la creatividad. No sé si lo soy mucho o no. Sólo sé que esta especie de alter ego electrónico, este calendario de emociones que puede desaparecer el día que blogsome muera, es tan democrático como darle una tecla y pasar al siguiente artículo, al siguiente blog, a otra página, a otra dimensión. Pero ni yo ni las personas que me leen tienen la obligación de seguir aquí por seguir etiquetándose dentro del establishment culturetas. Todo lo contrario: yo debo de ser como el Cosmopolitan cutre de la blogosfera, ni dios me lee, pero estoy ahí.

Y esa es la historia: la escritura es un reino de libertad. También lo es la lectura, ya sé que me repito. Pero si véis "El erizo" o si habéis leído "La elegancia del erizo" de Muriel Barbery entenderéis la relación. Como Paloma, esa niña cuya inteligencia desmesurada se convierte en su peor enemigo de socialización, grabo con mi cámara de segunda mano-yo, a golpe de teclado-lo que me  incendia la mente. A mí. Como Renèe, esa extraordinaria bibliófila lectora, de la que los demás sólo veían su trabajo de portera o reconocerían el olor a sopita que podía desprender su casa-siempre que pienso en un patio de vecinos me viene el olor a repollo cocido o a legumbres. Me lo haré mirar-a veces me atrinchero y saco mis púas hacia afuera como el erizo. Pero sigo sentada en mi sillón con mi portátil sobre las rodillas, sonriendo, pensando que esta aprendiz de piel roja, esta insensata manipuladora, esta sonriente gárgola, te ha arrancado una reflexión, te ha hecho detenerte y acariciar unas líneas.  Deslizándote por ellas de forma elegante. Y eso mola más que alcanzar el fuerte de los clicks de Famóbil.

Todos los felices se parecen. Pero los infelices, en versión libre de Tolstoi, lo somos a nuestra manera.

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