Lectores y empatía
Hace poco tiempo, o quizás mucho por lo lentos que son los días desde hace una semana, le recomendaba a alguien la lectura de The act of reading de Wolfgang Iser. Si algún teórico de la literatura tuerce el morro al leer esto lo siento muchísimo, pero fue un libro fetiche para mí cuando comenzaba a navegar por mundos teóricos, por los que sólo en muy contadas ocasiones me arrepiento de no transitar. No es tan complaciente como Frye o tan polémico (¿?) como Derrida o Paul de Man (Todavía me acuerdo de una conferencia de Terry Eagleton llamándoles "la mafia de Yale", jijiji), pero pocas veces me sentí reflejada como lectora de forma tan fiel. Otro día hablaré de Jauss, de Umberto Eco y de más figuras señeras del star system teórico. Hoy sólo de un "conceto" (que diría mi amiga Encarnita Alcázar) que manejaba el sesudo alemán.
Iser habla de la existencia de un lector implícito, ese que habita, de forma inconsciente en la entelequia muchas veces absurda de la obra literaria. El que ayuda a construir, a elaborar, el que coopera. Bueno, esto dicho y contado de forma muy somera, que tampoco están los tiempos para marcarse pedanteces. Yo tengo lectores magníficos: me siguen, me leen, muchos me quieren incluso, a algunos les gusta lo que escribo, otros siempre intentan ver detrás el armazón de realidad-qué sería de nosotros sin los exégetas modelo "Aquí hay tomate"-y tengo, sobre todo, lectores cooperantes. Los que hacen que me apetezca salir de vez en cuando por esta pantallita y marcarme un rollo patatero como este. Los que comentan (¿hay alguna forma mejor de construcción literaria in absentia que los comentarios de un blog?), los que me envían mensajes fuera de la virtualidad (¿será un palimpsesto modelo Genette?. No sé), los que quieren seguir un relato esbozado, e incluso los que se apoyan en ciertas tradiciones para cerrar una ficción que puede quedar un poco coja (esto podría ser un pastiche, no sé lo que diría Fredic Jameson, el inconsciente posmoderno y tal y tal).En fin, chatos, que hasta yo puedo hablar de cronotopos bajtinianos. Pero mira que la cosa no va por ahí.
Lo que quiero decirte es que sé que estás delante de tu pantalla espiando mis líneas. Que posiblemente no hagas ningún comentario, ni me envíes mensajes, ni digas nada de nada. Porque quieres gastar el tiempo, casi compartido, desde el silencio y las sombras. No sé si tengo derecho a echarte de menos, a lo mejor nunca has estado, a lo mejor sí. Pero lo que sí que añoro son las cosas que no sucedieron por miedo o por un exceso de empatía. No lo sé. Y eso, madre mía, sí que es una gran paradoja postmoderna.
Quiero leerte, en cualquier soporte.