Anchoas y Tigretones

La última vez

 Te doy mis ojos

 

No miró hacia atrás. Le habría gustado cerrar con un  portazo, con un corte de mangas, con un "ahí te quedas", pero no lo hizo. Sujetándose al antebrazo del policía, recorrió el espacio que va del infierno a la dignidad en unos pocos minutos. Detrás quedaban promesas, abrazos, miradas de deseo, castillos en el aire construidos en el lugar oscuro de una discoteca hacía muchos años. Y también el mandarle callar, el aislamiento, la constante humillación, el insulto,la burla pública y privada, las lágrimas. Y los moratones escondidos a brochazo de maquillaje. Y el disimulo. No miro hacia atrás, es verdad. Porque en aquel guiñapo esposado en los restos de la batalla campal del salón plagado de recuerdos de una vida no muy lejana, no reconocía a quien le iluminó la risa y la llenaba de deseo, sino a quien le puso el pie sobre la cabeza tantas veces para que no pudiese respirar. Al que le quitaba las tarjetas del banco para que tuviese que pedirle dinero y así humillarla más. A quien la convenció de que no podría valerse por sí misma y tendría que agradecer de por vida el estado de sumisión y la cárcel maldita a la que se veía sometida. Como en un túnel sin fin, se sucedían las luces del coche patrulla, la mirada cobarde y cómplice del silencio de muchos vecinos-¿cómo es posible que no oyesen nada con todo lo que se rompió en aquella casa, empezando por su alma?-la maleta arrastrada. Y en un momento de lucidez se quedó quieta. Y preguntó, en voz alta, que quien tenía derecho a expulsarla de su casa y de su vida. Que por qué tenía que marcharse cuando ella no había fallado a la educación recibida, a los consejos maternos, a lo que se esperaba de ella. La asistente social la miró con cariño y , silenciosamente, le ayudó a meter sus bolsas en el maletero de aquel coche.

Contra el maltrato, contra cualquier forma de maltrato, tolerancia cero.Maltratar es convencerte de que no eres nada. Es gritártelo. Es decirte que no sabes hacer nada.  Y, por favor, como dice mi adorada Ana Bande, empecemos por el marketing viral: no eduquemos a nuestros hijos en la cobardía cómplice.Luchemos contra esta lacra. Abramos los ojos y no cerremos las ventanas ni la puerta a gritos y dolores de otros pisos, de otras plantas, de otros edificios.  Y perdonad mi redacción precipitada y poco elaborada. Es que no me llega ya la mente para contar las mujeres que han sido víctimas de maltrato en este año… And the band played on….

 Teléfono contra el maltrato: 016

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4 pensamientos en “La última vez

  1. Yolanda en dijo:

    Mi vecino del 4º majaba a palos a su mujer. Un día llamamos a la policía. Vinieron rápido. Al cabo de unos meses (el seguía pegándole) los desahuciaron por impago. Supongo que ahora seguirá igual, en otro lugar. Nunca había oído gritar así. Era desgarrador.
    Tolerancia CERO con el maltrato. Me preocupa mucho en la escuela. Siempre les digo: «las bromas, si no son compartidas, no son bromsa».
    Este curso hemos conseguido desterrar los móviles del centro. Supuestamente no los traen, porque si se los vemos se los quitamos. Está ABSOLUTAMENTE prohibido grabar, fotografiar, etc., en los centros de enseñanza. Tuvimos que pedir autorización por escrito para poder hacer fotos a los niños para la web, revista colegial, etc.
    Un beso, princesa.

  2. Como siempre, princesa Sigrid, hay que quitarse el sombrero con sus escritos. Tienes una forma inexplicable de anclar la atención del lector hacia tus narraciones.
    En cuanto al tema del post, tolerancia 0, ¡NO!, TOLERANCIA MENOR A CERO.

  3. A Noé le vas a hablar de la lluvia….Por mi trabajo lo tengo presente cada día en la mesa. Es lo que tienen los servicios sociales.
    Besos, Princesa (primera vez que te llamo así, suena bien)

  4. Carlos en dijo:

    Non estou moi de acordo co comentario. Paréceme que esta visión das vítimas leva a que, cando alguén se ve na situación, se considere soamente suxeito pasivo, cando, para min, todos temos capacidade de actuar, en calquera circunstancia. Antes de chegar ao límite, prodúcense moitas situacións intermedias, das que cabe a posibilidade de saír, se as detectamos a tempo, e se tomamos consciente do que nos sucede; se permanecemos, cos clásicos argumentos de ‘que se decate’, ‘que cambie’, etc., entramos nunha das moitas formas da manipulación que non conducen máis ca a agravar os problemas.
    Por suposto, considero que o maltratador ten unha responsabilidade, mais gustaríame colaborar coa idea de que podemos cambiar nós, pero non cambiar os máis.
    E aproveito para dicir que, na miña opinión, a nosa estrutura mental colectiva precisa deses elementos marxinais, sobre os que proxectarmos as nosas frustracións, as nosas rabias non resoltas e o noso enfado con nós mesmos.
    Se facemos as cousas coma sempre, teremos os resultados de sempre.
    Os meus bicos revolucionarios.

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