El peso de la culpa y la orgía perpetua
"A veces me animaba y me apetecía continuar leyendo. Cuando los días empezaron a hacerse más largos, pasaba más rato con la lectura, para seguir en la cama con ella mientras se ponía el sol. Cuando ella se dormía sobre mí y callaba la sierra del patio, cantaban los mirlos y los colores de los objetos de la cocina dejaban paso a tonalidades de gris más o menos oscuro, me sentía completamente feliz"
El lector Bernard Schlink
Una de las mayores revoluciones que experimentamos los que tenemos la suerte de experimentarla es la de aprender a leer. Es, en realidad, el primer acto autónomo y propio que conformamos a nuestra voluntad. En aquel decálogo de derechos del lector escrito por Pennac, recuerdo, entre otros, el derecho a releer, a saltarse páginas, incluso, creo, a dejar que los libros se te caigan de las manos. Y a por otro. Con períodos de absoluta voracidad y otros de anorexia lectora, han pasado los años. No me importa hablar de lo que he aprendido, me gusta hablar de lo que he disfrutado, de la extensión salvaje de libertad y territorio único, de mi cuarto escondido, que eran y son mis lecturas.También he arrastrado, como una de mis primeras y negras losas que me han acompañado siempre, la culpa. Con la culpa previa al miedo, que es la peor, culpable por no ser la mejor, culpable por ser la del medio, culpable por no tener la vida que esperas…culpabilidades de aficionada a la culpa, en realidad y producto del tormento provocado por la falta de amor a uno mismo y, en definitiva, la pamplina occidental.
En El lector asoman dos paradójicas facetas del ser humano: somos capaces de emocionarnos ante la más exquisita de las líricas, y somos capaces de embrutecernos ante el horror que apoyamos silenciosamente como fórmula de supervivencia. Al asomar la guadaña del ajuste de cuentas con nosotros mismos, algo que la autoculpabilidad provoca sistemáticamente, nos vemos como en realidad somos: juguetes del destino como Romeo o campesinos desdentados como en Gringo Viejo. No sé cómo será un día a día en la guerra. Lo "irremediablemente cotidiano" en la excepcionalidad cotidiana. Sigue habiendo lugar para hacer el amor, para tomar un café o sucedáneo, para hablar, para remendar un calcetín. A pesar del momento excepcional. Del hambre. De la angustia de que vengan a por mí. o del alivio de que vayan a por el de enfrente y me regalen una tregua incierta…Después de Auschwitz es posible que exista la lírica, pero no otra, sino la misma. Seguimos siendo lobos con nosotros mismos. Y el Holocausto existió. Y Gaza también existe ahora. Y las generaciones de jóvenes que no entendieron cómo sus padres pudieron convivir con el exterminio sin inmutarse, también. Y la culpa de nuevo. Y de nuevo la evasión por parte de la literatura, de la ficción, o, si queréis, de la mentira…. Hanna y Michael, los dos personajes de esta historia, representan, los dos, los mismos valores. Los del ser humano. Porque tenemos también la voluntad de salir adelante a pesar del ostracismo. La cobardía y el arrojo en la misma persona. El pudor y el descaro más absolutos. El olvido y la memoria.Y el disfrute gozoso de que alguien nos lea mientras apoyamos la cabeza en su pecho y nos proporciona el hermoso, nuevo y fascinante viaje de la ficción…
Ya lo decía Flaubert. Es la única forma de soportar la existencia: sumergirse en la literatura como en una orgía perpetua. Yo lo sabía antes de leer a Flaubert porque, además de cobarde, soy una desmemoriada.