Anchoastigretoneros, os dejo hasta el martes. Me propongo un fin de semana de pateo londinense. Sí, el de la escritora Virginia y el de Vivianne Westwood. El de sir Lawrence Olivier, Dickens, la reina madre, los Beefeaters, la arquitectura eduardiana y victoriana, el de Kensington Gardens y el de las colas ante la muerte de lady Di. El de punks en Kings Road y pelucas con toga en la City. Por no hablar de Bloomsbury, la Tate, the Mall…. Pallá que me voy. Looking forward and missing u all badly but….sometimes I need to do this.
"El autor en su treinta aniversario" José Ángel Valente
Pedir prestadas palabras puede ser un acto de cobardía o de extrema incompetencia. También de humildad. En mi caso es rendida devoción ante el que, para mí, casi lo escribió todo. Y además creo que todo aquello que no es autobiografía es plagio. Que pasen los años. Que vengan muchos, muchos más. Y ustedes que lo vean.
Frente al espejo reconozco mi imagen. Soy yo la que está ahí enfrente, la de los ojos miopísimos y muy azules, la de piernas larguísimas e inexistentes muñecas. Tengo la nariz muy chata y en forma de porrón. También tengo muchas pecas y lunares. Dice Hal que mis manos son como salchichitas. Soy grandota. Y mi voz hace que Tom Waits parezca un monje cantando gregoriano. Hay días que me gusto más, otros mucho menos, pero aprendí a aceptar la silueta-y la talla, en consecuencia-de mi contorno. Del lugar que mi presencia dibuja en el espacio. Mi yo. Mi cuerpo.
Hablaba con alguien el otro día sobre el cuelgue y la atracción. A veces es algo cerebral, otras, muchas, es algo que tiene que ver con la piel. Y no hablo de pieles perfectas. Hablo de una extraña sintonía en la que juegan como te sientas con esa persona, cómo llega su voz a tus oídos, cómo arruga la nariz ante las cosas e incluso cómo evita mirarte directamente. ¿Nos queremos acostar con cerebros o con cuerpos? Pues no lo sé. Pero todo, todo tiene un envoltorio. Y a veces nos sorprende cómo empezamos a fijarnos en la realidad de esa persona. Y cómo es posible que nos guste si no somos de rubios. O con lo bajito que es. O con el poco pelo que le queda. Pero nos molan. Y no nos importa. Y vemos su cuerpo, su espacio de otro modo. Y, hombre, estas cosas pues como que tienen su punto….
Muchos tienen una relación complicada con su cuerpo. Lo odian, lo esconden, lo agreden. También la belleza puede ser un don amargo que esconda otra realidad mejor. O el espejismo, el trampantojo del vacío. Pero nos ubica. Nos proporciona identidad-el gordo, la alta, el que está bueno, la de gafas-todo tiene relación con nuestro yo físico. Y es el que necesitamos recuperar cuando nos falta. Cuando un Barba Azul de barrio destruye la vida por delante de una princesa de quince años y la tira al río. Y la buscan para recuperar lo que queda de su yo, para poder ubicarla, además de en la memoria,en el sitio donde poder llevarle flores. Y también buscan el cuerpo de un inmigrante que soñaba con Eldorado y que ni siquiera tiene nombre por el que llamarle. Pero que detrás también dejó unas rutinas, una familia, un hogar…y del que nadie volverá a saber nada. Ni del incierto destino de su cuerpo.
Yo creo que la dimensión física es siempre un inventario de dones y maldiciones.
Hoy estoy cruzadita, así que os podéis preparar. Anchoastigretoneros, soy una balsa de aceite combinada con un mar de tranquilidad-peace, love and rock and roll-pero hay cosas que le tocan a una mucho la moral. Me pongo en jarras, porque la de hoy va lercha. Me va a salir un poquito autobiográfica, pero pido perdón de antemano. Let’s go.
Aunque ya hace mucho, mucho tiempo que renuncié a entender ciertas cosas-además de la teoría de las cuerdas, el formato Marc para publicaciones seriadas y el éxito de Los Serrano, entre otras-me persigue un fantasma en mi vida que, además de no entender, molesta tanto como el inquilino de la señora Muir. Me refiero al pánico, pájara o calculado y mal disimulado terror ante las mujeres que bromean, hablan alto, beben como cosacas y actúan, de forma no buscada, por lo que socialmente se entiende como conducta masculina. Entendámonos: soy una mujer, mujer, mujer de lo más radical. Y abandero la sensualidad y feminidad como la que más. Pero me molesta que se entienda como conducta femenina la apocada y sombría presencia, el segundo plano sonriente y de descanso del guerrero. Ya sé, ya sé que me estoy deslizando por los tópicos. Pero es que es radicalmente cierto. Y pasan los años, conseguimos cosas, y seguimos igual. Las mujeres que hacen humor, por lo menos en España, parece que tienen que tener un físico poco amenazador. Es decir, si eres una cachonda mental no puedes estar buena. Soy la megafan de Paz Padilla, pero me alegro de que exista Patricia Conde.Y no acepto la condición de ser una tía difícil, es decir, alguien que cuestiona, que discute, que se le va la fuerza por la boca, porque tenga un físico de tal o cual manera. Pues mira sí: tengo piernas, tetas, culo y cerebro. Y sentido del humor. Y un coeficiente intelectual bastante aceptable. Y no creo que soltar un buen taco en medio de una conversación si la ocasión lo merece haga perder a nadie un ápice de tirón sexual. Y lo dice una señora que está muy bien educada, que conste.
Todo esto viene a colación porque, después de unos diálogos y conversaciones divertidas y gratificantes con algunas personas llegadas a mi vida recientemente, la conclusión es que, si haces reír, si admites que el frivolizar de forma inteligente-nunca entenderé el concepto de humor inteligente, el humor SIEMPRE es inteligente-o el quitar hierro a las cosas implica desaparecer del mapa masculino, oh cielos : vivo condenada a la soledad más radical. Si ya me parecía a mí que el mundo de la pareja era complicado, resulta que esta manera de ser da miedo. Da miedo, asusta y acojona. Ayer me definieron como una mantis religiosa. A mí, que no sé ligar, que no me entero de nada en ese terreno y que, como en el anuncio, sufro en silencio (no las hemorroides, qué ordinariez) sino la distante atracción de alguno que yo me sé y el "tierra de por medio" de otros que yo me sé también.
Lo siento mucho: no se puede cambiar. S. me dijo un día que yo le atraía un huevo,pero que le daba mucho miedo e intentar explicarlo era como explicarle a un pez por qué es un pez. No se puede. Yo creo que sí se puede. Y tiene más que ver con el hecho de que siempre te verán como una compañera, como una colega que puede estar más o menos buena, que te puede atraer pero ante la que nos atamos al palo mayor de la nave para no sucumbir a sus cantos de sirena. Pobres Ulises. No saben lo que se pierden. A mí, la pobre Penélope, bordando y desbordando en su chalet adosado de Ithaca, siempre me pareció una pedorra. Pero qué va a decir una tía que además de republicana reivindica el reino femenino de una Sigrid de papel couché. Contradicción y pelea, que decía el otro.
Y lo que viene ahora es para alguien que no se acojonó, simplemente que no le gusté tanto como él me gusta a mí. Porque no vamos a caer en la trampa de pensar que somos las chicas de portada del Playboy. Ni los premios Nobel no reconocidos. Ni la pera bananera. No. Somos lo que somos. Y a quien no le guste, sintiéndolo mucho, ajo y agua. No soy ni una cínica descarada ni una diletante. Soy, como muchas otras mujeres, algo más. Y eso, hay que romper el hielo para entenderlo.