El miedo
Sí, ya he visto Gomorra. Y a pesar de la dureza, de esa sobrecogedora imagen final-si es que se puede escoger alguna más estemecedora que otra-me acuerdo de otra película, española, que pasó desapercibida para muchos espectadores: Todos estamos invitados de Manuel Gutiérrez Aragón. En esta última, también el miedo, el silencio, el no escuchar las amenazas susurradas pronunciadas al lado de quien se postula como incómodo para un determinado discurso, la mala o buena memoria para según qué cosas están presentes. El entorno es más cercano y más reconocible ya que es Euskadi. Sí, me horroriza la tristeza de la imagen de Saviano abandonado a su suerte que tiene un punto y final incierto pero marcado en el calendario : antes de fin de año. Sin contacto con su familia, sin amigos, sin pareja ,ya que no ha podido resistir la presión y el pánico a convivir con quien tiene las horas contadas. La Camorra no consiente que se hable mal de ella, que se destapen sus secretos a voces que la vinculan con todo tipo de negocios pretendidamente legales y cuyos tentáculos llegan a cualquier lugar. Incluso circula por ahí una versión manipulada de la historia que este hombre de ojos inmensamente tristes denuncia.
Nápoles, País Vasco. Lugares donde la discrepancia es susurrada o inadmisible. De lo que no hablamos porque es incómodo mientras paseamos, a kilómetros morales y físicos de distancia, por nuestras vidas autónomas de centros comerciales, cafeterías, casas de amigos y gimnasios. Donde lo que me preocupa es cómo me vean, no quién me ve o cómo me mira. Admiro la valentía, el coraje de quien todos los días se levanta con miedo, pero "tirando palante" porque cada segundo es un regalo más, es un fracaso de un destino trazado sanguinariamente que condiciona absolutamente cada movimiento, cada café con leche, cada salida al parque con un niño, cada compra en el supermercado de la que nos olvidamos en el último momento…porque darse la vuelta sin pensar, repetir un itinerario, puede ser fatal. La ley del tiro en la nuca. Del terror. De la pistola. De la nada más absoluta. Porque después de los funerales vendrá el silencio.
Sé que no conoceré nunca a Saviano. Pero conozco los rostros de muchos que han cambiado de residencia, de trabajo, de una vida que apreciaban por la amenaza, la pintada, la difamación y el insulto. Para no alimentar más odios. Para poder seguir pensando y hablando en alto, sin tapujos, sin metáforas, sin que conlleve una condena al entorno con el que te vinculas. Para poder vivir. Y es que hay mapas vitales que se dibujan dentro de una cartografía muy distinta a la mía. No van sólo a por Saviano. Todos estamos invitados : van a por todos. Aunque algunos no llevemos una diana pintada en la frente o en la nuca. Por suerte. Y dejo de escribir porque aunque este blog no lo lea nadie, tengo miedo.
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