Anchoas y Tigretones

Archivo para el día “octubre 1, 2008”

Madres e hijas

 Lorelai y RoriAlicia y Alicita, Patricia y Claudia, Esther y Marina, Blanca y Blanquita, Chuti con Celia y Lola, Natacha y Anna, Marta y Martita, Bea y Claudia, Vane y Emma, Virginia y Violeta, Olga y Cata, Bego con Olalla y Lucía, Yolanda y Helena, Nuria y Elena, María y Mariquiña, Tere con María y Paula, Merce con Nenona y Fer, Pili con Lorena, Ana y Alma……madres e hijas. Qué difícil es comprender la intensidad de este lazo cuando estás solamente de un lado. Sólo tengo la experiencia de hija. Pero me doy cuenta de que, en cualquier momento, están ahí. Siempre. Son como twitter.  Para recordarte con memoria prodigiosa tus defectos repetidos. Para enseñarte a atarte los zapatos y a jugar a la cuerda. Para recriminarte el maquillaje que llevas "porque ya eres muy guapa como eres". Para chantajearte emocionalmente y hacerte creer que su forma de entender el amor es demostrando preocupación. Para sufrir, a veces de verdad, a veces gratuitamente. Para soportar la competitividad repugnante de la adolescencia. Para cumplir años contigo, el mismo día en que sufrieron para traerte aquí, sea del modo que sea. Para estar desveladas en tus catarros, aprenderse el nombre de tus amigas, opinar absolutamente sobre todo, meterse donde no les llaman, comprarte faldas imposibles, echar pestes de la música contemporánea y recordarte, algunas, que siempre puedes tener un momento para visitar a tu abuela o a tus tías. Un poco pesadas. Pero incondicionales cuando la vida te trata mal, cuando te rompen el corazón, cuando no te han puesto esa nota que merecías, o no te han dado el papel de tu vida en la obra de teatro del cole. Saben mediar en los conflictos, a veces siguiendo el aforismo latino de "si vis pacem para bellum", pero destilan ese perfume de hogar que en algunos momentos nos marea y que tanto echamos de menos cuando nos falta. Nuestras risas son sus risas. Nuestras lágrimas son mucho más que lágrimas para ellas. Y cuantos años tienen que pasar para que las entendamos o acabemos pareciéndonos. Las queremos a pesar de ser ellas mismas. Nos sobran y nos faltan a la vez. Las cuidamos cuando lo necesitan. Las oímos sin escucharlas la mayoría de las veces. Y no les importa. Queridas madres.

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